Polvo gris. Con cada uno de aquellos pesados pasos, como de plomo. Paso tras paso, cual autómata, sin ritmo, sin ganas. Casi sin vida. Caminaba sin levantar los pies del suelo, sólo arrastrándolos, y parecía arrastrarlos más por inercia que por voluntad propia. Un pie, después el otro, y a cada paso, una polvareda de cenizas se alzaba desde el suelo y avanzaba con el transeunte, bailando al son de los movimientos de éste incluso con más gracia y alegría. Polvo gris. En cada bocanada de aire, aquel hombre aspiraba ceniza en lugar de oxígeno, entrecortando su respiración y obligándole a toser sin cesar. Mas, incluso su forzada tos, sonaba sumisa, sin fuerzas. Anteriormente se había tapado la nariz y la boca con el pañuelo que usualmente llevaba a la cabeza, cubriéndole el pelo. Mas finalmente el polvo había acabado por incrustarse en cada poro de la tela, y el pañuelo yacía ahora, tal vez totalmente cubierto de la gris sustancia, varios cientos de metros más atrás. O, tal vez, estaba a tan solo unos pasos, el hombre no era ya capaz de averiguar cuánto había andado. Ni siquiera podría decir si lo que tenía ante sus ojos era un palmo de tierra baldía, pues la ceniza impedía ver más allá, o si realmente aquel paisaje era el mismo de varios días más de camino. Miraba al suelo, y no veía más que suelo duro, grisáceo y polvoriento, al igual que sus antes marrones botas, ahora completamente teñidas. Miraba a su alrededor, y densos jirones de polvo jugueteaban con sus torpes y pesados movimientos. A menudo parecían formar extrañas figuras, que burlonamente escapaban siempre a los intentos del joven por hacerlas desvanecer. Miraba al cielo, y no hallaba en él rastro alguno de que allí arriba pudiera haber un sol. Sólo un denso manto de nubes, de las que no se sabía bien si estaban formadas por vapor de agua o por más ceniza.
habido, alguna vez, vida alguna en aquel lugar. Había caminado durante horas en línea recta, en lo que él creía que había sido una línea recta. Y en todo el trayecto no había visto nada ni a nadie, ni había cesado de toser. Estaba exhausto, al límite de sus fuerzas, sin poder tomar una sola bocanada de aire que no le asfixiase, ¡y ni siquiera era del todo consciente de cómo había llegado hasta allí! Sintiéndose derrotado, se dejó caer de espaldas en la dura tierra, levantando una gran polvareda de cenizas que al instante le hizo incorporarse y toser violentamente. Sin dejar aún de toser, trató de dispersar con los brazos toda aquella polvareda que él mismo había levantado. Una vez pudo dejar de toser y la polvareda se hubo asentado de nuevo, con una fuerza que no reflejaba en su andar ni en sus movimientos, gritó al cielo.
supo identificar, una poderosa voz le respondiera.
haber creado algo tan inmundo. -el solitario transeunte estaba confuso, pero en su voz no había miedo alguno.
luna... ¿no soñaste acaso con llegar hasta lo más profundo de su corazón? ¡Ésto no es más que la primera etapa de tu viaje! Tal vez, y sólo tal vez, yo pueda indicarte el camino; mas, sin duda, eres tú el que ha de caminar.
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miércoles, 3 de septiembre de 2008
Cenizas
Tras la luna del
Ángel del Dulce Dolor
, el
miércoles, septiembre 03, 2008
6 trazos de luz de luna Fases lunares: Pequeñas improvisaciones.
6 trazos de luz de luna Fases lunares: Pequeñas improvisaciones.
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